Tenía doce años entonces, y ella también. No sabía a dónde iba, sólo que salía de una cómoda casa a diez metros de la mía, todo recto. Acabo de cumplir los dieciocho, y su imagen vuelve a abordarme pillándome sin defensas; incluso noto algunas lágrimas resentidas entre mis cansados párpados. A los quince años y algunos meses, pensé en bajar las escaleras y, por fin, preguntarle su nombre, un nombre que había idealizado como precioso, único y bello. Pero ella no volvió a pasar delante de mi ventana, lo que abrió mi curioso apetito más aún, comencé a temer por su ausencia tan repentina. Uno, dos, tres, quince y treinta días pasaron, y no volví a ver aquellos ojos que tanto añoraba encontrarme. Aún no sé, dónde está, quién era, ni a quién quería ni qué adoraba hacer... No sé hacia donde se dirigía cada mañana, nevada o soleada, lluviosa o despejada...
Hoy creo que debo volver a buscarla. Han pasado muchos años, pero algo en mí grita, apoyándome, y asegurándome que no me arrepentiré.
Precioso :)
ResponderEliminarEspero encontrarme más historias de estas que tanto me gustan.
¡Millones de besitos!♥
Yo también pienso que no te arrepentirás. Además, arrepentirse no suele servir de nada.
ResponderEliminarSaludos subterráneos.
A lo largo de la vida necesitaras un par de recuerdos más como este, eres afortunada, te fijas en los pequeños detalles, disfruta de esa bendición, yo de ti no haría nada, no la buscaría, déjalo en un rinconcito de tu mente.
ResponderEliminarTe gusta mirar la lluvia tras la ventana, eso me ha encantado porque a mí también, la diferencia es que yo ya he visto muchas lluvias y muchas ventanas y te aseguro que algún día necesitaras ese recuerdo intacto en cualquier tarde triste.
Si intentas perseguir ese sueño lo banalizaras y perderá su magia, deja que todo fluya, guárdate ese as bajo la manga para el futuro.