miércoles, 20 de junio de 2012

La niña que no sabe andar.

Un día de esos para almacenar y no volver a rememorar. Sentimientos de soledad, que no hacen más que aumentar con cada paso que da el sol hacia el ocaso. No poder esconder ese miedo, ni ganas de ello. Nadie responde a tus llamadas, no sabes hacia donde andar, o si quedarte donde estás. Duele. Sólo queda vagabundear sin un objetivo que guíe esos pasos cansados, sólo quedan lamentos. Mire a donde mire no veo a nadie conmigo. Y, esta vez, también temo por que algún día te canses de esta niña de dieciocho años que aún no sabe andar sin alguien que le guíe. Todo parece caerse, derrumbarse hacia mí. Como si de una conspiración se tratase. Temo que mi razón de ser, no quiera serlo más. ¿Qué me quedaría entonces? ¿Unas tardes vacías sin que apareciera él, con su sonrisa al verme, tan crucial, tan esencial? No. Sin saber porqué, ruego que no te olvides de mí, aunque nos separen océanos o tantos kilómetros que no pueda concebirlos.

No gano nada escribiendo, ni siquiera que alguien deslice sus ojos por estas líneas hasta el final. Sólo sé que necesitaba gritar, aunque como una muda. Sinceramente, sólo quiero que las sábanas me cubran, que todo se vuelva negro y abandonar todo pensamiento. Un día de los infinitos, que nunca acaban, que pretenden martirizarte hasta el cansancio. Al menos, Hoy ha acabado.