domingo, 12 de diciembre de 2010

Algodones de nubes

Querida Irene:

Siempre supe que acabaría pasando, y aún así no temía por mí. Continuaba intentando sacarte una sonrisa de esos llantos que pedían salir a gritos de aquella soledad. Te sentías sola, y yo no llenaba ese vacío. Es, simplemente, increíble cómo pueden doler en el interior estas cosas y cómo mi corazón se encontraba confuso, desorbitado, angustiado. Sólo quería continuar agarrando tu espalda para que no pudieras marcharte, o callarte la boca con besos furtivos, todo excepto oírte decir aquellas palabras como puñaladas. No pudiste aguantar más, y yo fui la almohada sobre la que lloraste.

Sonreía mientras me hablabas de tus sentimientos, aquellos que llevabas meses alojando en un resquicio de tu alma, intentando callarlos. Tus lágrimas difuminaban esa línea negra que iluminaba tus ojos claros. Mi vida se rompió, cual muñeco de papel en manos de un niño inocente; mis ojos, lloraban en silencio, no querían aumentar tu dolor. Pero cuando cruzaste la puerta de salida, no volviste a entrar. Aunque te esperé por años, por si habías olvidado el camino, en el mismo parque y a la misma hora. Nunca te dignaste a volver. Nevó, llovió... Truenos, relámpagos, sol, luna... Siempre me encontraba allí, intentando recuperar los recuerdos que habían volado junto a ti. Me amarraba a ellos, como el niño que ve sus globos de feria volar hasta las nubes.

Recuerdo que me dijiste amar esas nubes; querías recogerlas todas, una por una, y preparar un rico algodón de azúcar. Sería la mejor delicia de todas. Aquella dulzura que desprendías, aquella alegría y viveza que me prestabas... Te lo llevaste contigo todo, sin más. Todo lo que me quedan son recuerdos dolorosos que, aunque quisiera olvidarlos, son la única razón de mi felicidad. Vivo en el pasado, un pasado contigo.

Como siempre, te mando esta carta, añorando respuestas. Algunas las quemo, otras consiguen llegar a tus manos, y otras quedan en algún rincón de mi desgastado escritorio. hay una parte de ti esparcida por toda la casa. No logro apartarte de mí.

Para tí, mi vida. Gabriel.

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