El mejor néctar con que sus labios podían soñar eran los alientos que volaban desde los tuyos. La luz que ella buscaba entre los matorrales eran tus ojos como luceros tímidos. Parece increíble, esta química, esta sensación de felicidad completa cuando dos personas encuentran todo aquello que necesitan o una mano en momentos de flaqueza en una única persona, quizás a menos de dos metros de tu naricilla.
Ya comenzaba a ponerse el jersey que había cogido del armario de su madre, cuan ratoncillo ladrón, cuando se acordó del día que te encontró. Anne no sabía quien eras, pero sí quién serías, aunque sé que nunca llegó a decírtelo. Ella lo tenía todo planeado, y tú eras la víctima. Querías huir de su mirada celeste, pero una vez caíste era imposible cambiar la dirección. Un café, una copa, una película a solas y unas cuantas palomitas saladas, bastaron para hacerte confidente de sus besos y caricias.