sábado, 19 de febrero de 2011

Como una brisa desconocida, te encontró y fue todo.

Mientras se subía sus calcetines grises, Anne pensaba en toda aquella situación. Tú y ella, que combinación tan estrafalaria, ¿no? Nada en común, nada que compartir a las luz de unas velas lloriqueando pequeñas gotas de cera o al lado de un incienso olor canela o vainilla. Todo parecía como una constante lucha por sobrevivir, un nado constante hacia el horizonte mientras las olas obligan tu vuelta hacia la orilla. Pero como todo, llegar a esta montaña escarpada tendría su recompensa. Esa recompensa eres tú.

El mejor néctar con que sus labios podían soñar eran los alientos que volaban desde los tuyos. La luz que ella buscaba entre los matorrales eran tus ojos como luceros tímidos. Parece increíble, esta química, esta sensación de felicidad completa cuando dos personas encuentran todo aquello que necesitan o una mano en momentos de flaqueza en una única persona, quizás a menos de dos metros de tu naricilla. 

Ya comenzaba a ponerse el jersey que había cogido del armario de su madre, cuan ratoncillo ladrón, cuando se acordó del día que te encontró. Anne no sabía quien eras, pero sí quién serías, aunque sé que nunca llegó a decírtelo. Ella lo tenía todo planeado, y tú eras la víctima. Querías huir de su mirada celeste, pero una vez caíste era imposible cambiar la dirección. Un café, una copa, una película a solas y unas cuantas palomitas saladas, bastaron para hacerte confidente de sus besos y caricias. 

martes, 1 de febrero de 2011

Lo necesitaba.

Necesitaba un día de éstos; de los que cabe acordarse alguna que otra vez en la vida y de los que preferirías borrar. Un día en que todo parece abrumador y nostálgico. Un día en que, cualquier meta que anteriores días parecía más cerca, marchará lejos. Un día dedicado al llanto, en honor a la lágrima y la pesadumbre. Un día en que parece como si todos los problemas hubieran acordado una venganza en contra tuya y se aliarán para lograr destruir tu coraza, esa que cuidas con tanto mimo, donde guardas tu verdadera y triste sonrisa, donde esconden todo el dolor. Bajo una sonrisa reconstruida con trocitos de felicidad esparcidos por doquier, esos que nos dejamos apartados debajo del sofá, o que guardamos con decoro para sacarlos en tiempos difíciles. Pero, realmente, estos pedacitos son fáciles de separar con un simple pellizquito en el lugar apropiado.

Lo necesitaba. Anhelaba poder abandonarlo todo, sólo con el sonido de mi respiración retumbando silenciosamente, enterrarme bajo un armamento de mantas y llorar. Explotar. Sacarlo todo. Mis lágrimas querían huir de esta asfixiante rutina, pero yo las encadenaba a mis párpados, amarradas a mis pestañas, impidiéndoles el descanso. Pero creo que la condena debe terminar, y he tenido que dejarlas marchar.