lunes, 11 de julio de 2011

Los latidos se aceleran sin remedio

Mis labios no pueden más que saborear los tuyos, inaugurando este vals que preludiaban los suspiros. Los míos, los tuyos, los nuestros. Me inclino, retando a la oscuridad mientras intento encontrarte, tumbada en esta cama desgastada de tanta miseria. Mis manos no desisten, saben que estás aquí. Conmigo. Te encuentro, pero te vas, intentando esconderte de mí. Los latidos se aceleran sin remedio.

Sin embargo, la luz del amanecer se abre paso entre mis párpados. Noto el sudor que recorre mi cara y escuece en los ojos, llenos de malestar ante este nuevo despertar. Mis manos, que aprendieron a no darse cuenta de nada, continúan en esta búsqueda incansable de ti. Lástima que ya no estés, y que en su lugar sólo encuentre el tacto frío de una botella derramada sobre la alfombra y a alguien que no sé quién es, en mi propia cama. Contigo te llevaste todo el orden de mi vida, convirtiendo en un caos cada crepúsculo, transformando la calma en una tempestad. El día que te fuiste dejé de ser yo. Me transformé en una especie de monstruo que se fuma sus sentimientos y se emborracha con sus sueños, dependiente de ti, pero sin ti. Drogada hasta la médula de todo cuanto encuentro a mi paso. Añorando tus abrazos, los únicos que me ayudaban a quererme, a sentirme alguien y viva. Llorando por aquel billete que tomaste únicamente de ida. Por el portazo de la puerta tras tus pasos, y alegría que huía contigo. 

No. Esto no puede seguir así. No quiero volver a despertar de este modo.